Los domingos de tarde, a la hora de la siesta, si uno de mis primos traía la pelota, se armaba partido sobre el empedrado de la calle en casa de mis abuelos.
Los fuegos artificiales rompen la oscuridad del cielo y los miro brillar frente a mí.
Tuve durante todo el partido entre mis manos sin guantes una cintita que dice “Soy Bolso” y que me dieron una vez, cuando antes de un clásico fui en busca …
El otro día me preguntaron:“¿Qué te gusta de los clásicos?”
Parece que nuestros penales no son penales, nuestros foul son más foul que los de otros y nuestros errores son más errores. Siempre.
Cuando el domingo te dicen que un partido es a las seis de la tarde, a vos te agarra como un poco de pereza.
No me revisaron en la entrada, solamente me pidieron la bandera que llevaba en la mano y la sacudieron un poco buscando quien sabe qué.
El domingo, como en una especie de premonición, mientras estaba absorbiendo con mis ojos el color celeste del cielo sobre el Parque me acordé de Galeano y a…
Ocho goles. Cinco nuestros. Todos en un tiempo. Un cuatro a uno que fue de repente cuatro a tres y la incertidumbre hasta que llegó el final con ese otro gol.
A veces quisiera quererte menos Nacional para que no me duela tanto la derrota.
Apareció ella… despacito, asomándose por sobre la tribuna y queriendo correr la torre para ver mejor.
Dos meses y medio pasaron desde aquel día de diciembre en que les conté que iba a hacer uso de mi siesta veraniega para soñar con lo que viniera y a la vez vivirlo.