Por Recibimos y publicamos
9 Nov 2016
Remontada
Histórica

Yo no sé si te conté esto alguna vez, viejo. Si no te lo conté es porque di por sentado que lo viviste conmigo.

Yo no sé si te conté esto alguna vez, viejo.  Si no te lo conté es porque di por sentado  que lo viviste conmigo, porque dije tu nombre diez  veces en el momento del gol, porque te busqué con la mirada al techo (al cielo) mientras abrazaba a mis hermanos, porque para mí en cada gol de esos importantes de Nacional -de los goles que te sacuden desde los huevos hasta la  garganta pasando en forma intensa por las tripas- veo tu cara tan pero tan nítida que es como si estuvieras. Entonces capaz que es por eso que ahora me viene la duda. Pero no. Me doy cuenta  que nunca hablamos de este partido nosotros. Nunca te lo conté.  Te lo quiero contar.

El Agus no estaba acá, estaba en Bolivia. Yo  recién me había mudado a una casa que compramos en Berro. Rodrigo y el Juani vinieron a ver al partido. Capaz no lo sabés, pero con tu hijo mayor últimamente hemos agarrado la costumbre de sufrir los clásicos en vez de mirarlos. A sufrir le llamamos mamarnos hasta las patas. Anestesiarnos hasta no sentir, que de eso se trata anestesiarse. Consideramos con Rodrigo que esa es una buena manera de sufrir los clásicos. Pero es una jugada arriesgada. Sabemos que la mezcla del alcohol y un buen resultado te puede llevar al paroxismo, y que lo contrario, en un domingo gris, puede empujarte a una depresión difícil de gobernar. Después hay que vérselas con la resaca. Hablando de eso, capaz algún día te cuento de mi coqueteo con el precipicio de una azotea después de un 5 a 0 en contra. Siguiendo con el tema, mirá vos lo que son las cosas, este clásico que te quiero contar es justo el que vino después de aquel  5 a 0. Tuvo bravo ese  5 a 0, viejo. Había que remontar ese partido. No había manera. O parecía que no había manera.

Domingo de noviembre de 2014. Era el primer evento en la casa nueva, la de Berro. La poníamos a prueba, calibrábamos cuánto podía resistir. Si el patio se bancaba la gente de un asado grande como los de Eufemio Masculino y si el lugar tenía la mística ganadora de aquella casa que supo de goles agónicos y llantos clásicos. Todavía no había hecho el parrillero, me acuerdo. Al asado lo compramos hecho. Llegó Rodrigo y trajo a un amigo inglés, el Tom. Con el Tom vino un whisky tan inglés, tan escocés, tan primer mundo, tan tapa de corcho, que no hicimos otra cosa que atenderlo con la elegancia que nos caracteriza: a los diez del primer tiempo ya nos habíamos bajado elegantemente media botella. Creo que fue al principio de los segundos 45 minutos.  Con Rodrigo teníamos ya un británico estado de ebriedad. Borrachos, pero sin perder las formas. Quiero resumirte esta parte. Penal para Peñarol. Gol de Pacheco. Furibunda patada mía a un mueble recién comprado, rotura de buena parte de su infraestructura, primera cara de asombro de Tom, el paciente inglés, que da cuenta de la mentira que acabo de escribir sobre las formas. Ahora me quiero detener en algo. En ese estado de decepción, de otra vez lo mismo, de la putísima madre que los remil parió, llega el Juani. Lo estoy viendo, quiero que lo veas conmigo, Papá, altísimo, tocando la puerta de casa, campera de Nacional, actitud, cara de si se puede, de que lo damos vuelta. Estaba tu optimismo ahí, viejo, eh.  Alguien tiene que llevar la antorcha. Está bueno que sea tu hijo menor.  

Y después vino lo lindo, Papá. El partido se está terminando. Y cuando te digo se está terminando te digo que estamos en los descuentos. Se está terminando en serio. Uno a cero abajo. Yo la verdad te digo que no me acuerdo, pero me juego la cabeza que con Rodrigo estábamos afuera, en el patio, jugando las últimas cartas de una estrategia -que también hemos desarrollado-   que consiste en hacernos los boludos y hablar de cualquier cosa extraña al fútbol mientras tenemos cada uno dos orejas pendientes en el partido. Esa jugada, que la hacemos un poco por puro instinto de supervivencia, otro poco  porque estamos en pedo y otro más porque nos ha dado algún resultado, se reforzó esa vez por la presencia del paciente inglés, el Tom, y la idea de mantener cierto decoro ante la visita. Pobrecito, no tenía idea lo que estaba a punto de presenciar.



Minuto 46. Córner. Va Munúa a cabecear. Van todos. El centro se cierra. Va Papelito Fernández, va Alonso, gol de Nacional. Goooooooooool.  Corridas, gritos, abrazos. ¡Gol de Nacional carajo! En el medio de la locura alcancé a ver un mensaje del Agus, que ya quería estar acá con nosotros, abrazarnos. Gol de Nacional,  Papá, empate en la hora.  Me acuerdo que el Tom se sumó al festejo pero ya con una mueca de preocupación, hasta de temor te diría. Nuestras caras estaban desencajadas.  En ese estado de alegría infinita estábamos cuando de repente miramos otra vez al televisor y vimos una falta cerca del área. Tiro libre para Nacional. Te quiero hablar del Chino Recoba ahora. Yo ya sé, Papá, que si vos hubieras estado ahí habrías dicho que ese tiro libre entraba. Te habrías eyectado del sillón, te habrías puesto una mano en tu oreja derecha  como para escuchar mejor, habrías empezado a morderte la lengua mientras decías “lo mete, lo mete, es gol” y habrías señalado a la tele con el dedo índice de la mano izquierda como para conjurar la magia. Pero creeme que cuando el Chino acomodó la pelota ninguno de los que estábamos ahí pensó en el gol. No nos importaba.

Ya estaba. Si venía algo era de yapa.  Y  además, mierda, estaba tan lejos esa pelota. Lo que nos tenía tranquilos era que la última jugada del clásico era para nosotros. Después se terminaba. Te vuelvo a hablar del Chino Recoba. La concha de su madre. Otra vez una pelota quieta para definir un clásico. Otra vez el resultado en sus pies.

Te quiero contar que se demoró un cacho para tirarlo. Te quiero contar que a lo mejor yo miré para el costado varias veces, que decía qué mierda pasa que no patea,  que la última vez que miré la pelota iba directo al arco y que escuché el grito del gol antes que la pelota tocara la red. Te quiero contar el abrazo, Papá. Te quiero contar los gritos, el llanto, las lágrimas pesadas. Te quiero contar que con Rodrigo y Juani supimos que tres personas se pueden volver una si se abrazan tan fuerte.

Te quiero contar la cara de asombro, de envidia te diría, del  inglés. Te quiero contar que tu llamada, esta vez, la  hizo Agustín desde Bolivia y que todos le hablamos sabiendo que hablábamos con vos. Y te quiero contar que te vi nítido cuando miré al techo (al cielo) y te dije, otra vez,  gracias por Nacional. 

A





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