Por Recibimos y publicamos
12 Dic 2013
Cecilia

Pasa el tiempo dicen, pero esto siempre es relativo y el tiempo subjetivo y desafiante nunca pensó que aquel puñado de muchachos iba a darle tal batalla a sus tiranos coqueteos.

Veinticinco años  son muchos millones de segundos en el tiempo o son uno transformado en millones de imágenes a la vez en el recuerdo.

Pasa el tiempo dicen, pero esto siempre es relativo y el tiempo subjetivo y desafiante nunca pensó que aquel puñado de muchachos iba a darle tal batalla a sus tiranos coqueteos.

Ya había tratado de hacerse notar esos treinta minutos finales aquel veintiséis de octubre cuando en una demostración de soberbia hizo demorar el festejo, pero  toda la gente que estaba aquella noche en el estadio más los que estábamos apretando desde afuera no le perdíamos pisada y lo apretamos en un puño para que no estirara un segundo más el estallido de la alegría que se hicieron eco en las manos del Capitán levantando la Copa.

Intentó después ser  el que determinara  con su apurado paso el final de una historia que se pudo escribir para otro lado, pero la obstinada cabeza del Vasco lo apretó contra las cuerdas de la red pegándole una cachetada.

Pretendió de nuevo en un sutil atisbo de engaño ganarles por cansancio y por desgaste y hacerles caminar esos once pasos mil y una vez para estirar hasta la eternidad  los penales infinitos. No contaba con las manos de Seré. No estaban en sus planes y cada vez que punzaba era detenido y arrojado lejos.

No tenía previsto que desde atrás del arco y con la pantalla de aquellos televisores como escudo miles de ojos abiertos o cerrados lo estuvieran aguijoneando y cuando la pelota salió del pie de Tony Gómez quiso estirarse hasta el infinito pero no pudo porque los ojos abiertos y cerrados y los latidos apretados fueron más poderosos y entonces el pie se hizo espada y le asestó el golpazo final  haciéndolo entonces y después de ese segundo durar la eternidad de una noche y convertirse en una noche eterna.

Ayer de noche quiso desafiarnos nuevamente. Por eso nos juntó en nuestra casa con aquel grupo de muchachos para que percibiéramos como su paso no había sido en vano.  Y no pudo otra vez, porque cuando salieron a la cancha esos que lo retaron hace un cuarto de siglo tuvo que detenerse  nuevamente y observar como detrás de mí un joven de no más de treinta años con su pequeño hijo disfrutaba de cada gol y de cada jugada mientras hacía que el niño levantara sus pequeñas manos en medio de su risa.  Y también tuvo que sentirse espetado por esa pareja de jovencitos a mi costado que miraba y grababa en su moderno celular con una sonrisa lo que pasaba dentro de la cancha porque la historia del tiempo que le contaron era ahora. O tuvo que sentirse embestido por esos niños pequeños que vestidos con la más gloriosa corretean dentro del césped verde llevándose el viento por delante.

Y entonces en una última jugada misteriosa los junta a los que hace veinticinco años lo enfrentaron y los agrupa abrazados frente a una pantalla donde aquel tiempo vuelve a repetirse en este tiempo  para que los de ahora y los de entonces y los que no están pero están en el recuerdo  gritemos goles y atajadas y levantemos las copas nuevamente como si veinticinco años no fueran millones de segundos sino uno solo.

En un día especial que no se repetirá en el almanaque hasta que se hayan gastado muchas de sus hojas, un once del doce del trece un grupo de hombres atrevidos desafió de nuevo al tiempo.

Nacional por siempre

Cecilia810


Cecilia 810

Cecilia es la lectura más esperada después de cada partido. Un bálsamo en los momentos difíciles y un tónico para acompañar la euforia




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