Por recibimosypublicamos
8 Mar 2014
Cecilia

Las caras se multiplican una y otra, acá y allá. No las veo a todas pero las imagino en la distancia.

Cuando a los ocho minutos del partido la pelota entró en el arco defendido por Munúa un murmullo lento y ensordecedor atravesó como una saeta el aire y se instaló en el cielo, mientras el volumen de la Abdón se levanta de golpe como reacción inmediata.

Fueron los minutos posteriores a ese minuto ocho cuando me sorprendí a mí misma observando la cara de la gente a mí alrededor. Las caras son el espejo del alma decía mi abuela.

Hay algunos que mantienen en su cara la calma de siempre, otros fruncen el entrecejo como pidiendo explicaciones a alguien, otros entrecierran los ojos como no queriendo ver, otros abren los ojos grandes como buscando una respuesta ante el desconcierto que se generaba en ese momento en el juego, otros con la mirada clavada en el césped pestañean mientras sus labios cantan en silencio y otros buscan en los ojos del otro la complicidad del: ¿será posible?

Miles de ojos y miles de caras que se multiplicaban a lo largo de las tribunas del parque piden a la noche una explicación, un muchacho dos filas adelante pone cara de guerrero y se dedica durante esos minutos a mascullar al aire palabras que supongo pretenden llegar al oído de los jugadores y el director técnico, pero creo que en realidad se las canta al viento como forma de liberación interna.

Las caras se multiplican una y otra, acá y allá. No las veo a todas pero las imagino en la distancia. Esas pequeñas y borrosas caras en la Atilio García me miran y las miro. Me preguntan lo mismo que yo les pregunto a ellas. Me pregunto cuál es la cara del técnico ahora. Solamente le veo la espalda, pero de repente se da vuelta y su cara está  buscando en alguna brizna de hierba solución inmediata. La necesidad tiene cara de hereje dice el dicho. Los tres puntos son un hereje demasiado cruel y se nos ríen en la cara.

De repente y cuando mis ojos también están demasiado abiertos un niño a mi derecha y a unos escalones de distancia se dio vuelta y me mira. Durante esos segundos sus pequeños ojos se cruzan con los míos. Su flequillo largo y su cara pintada me sonríen pícaramente. Levanta la cabeza y se ríe, arruga la cara mirando al cielo y aprieta la camiseta mientras agita los brazos.

Entonces decido cambiar de cara y respirar profundo. Es tan profundo que creo que llega a la cancha empujando la pelota para el gol del empate.

No me paro a gritarlo, simplemente me dedico a mirar las caras de todos. Un alivio repentino afloja las mandíbulas apretadas y le da un respiro a los apretados entrecejos.

Faltarán varios minutos para encontrar en la cara de la gente, agrado y tranquilidad. Las caras saben que los tres puntos son importantes, que fueron hereje inmediato y  también saben que hay que mejorar muchísimo y que los primeros veinte minutos no deberían repetirse más, los jugadores suplentes corren con su piernas mientras sus caras miran hacia adentro del campo, las caras nuestras aflojan pero las mentes siguen elucubrando una respuesta ante la gran interrogante de la inestabilidad de la defensa y de la falta de marca en el mediocampo.

El muchacho de dos filas adelante ya nos masculla al viento. Está semi sonriente pero atento…como pensando si habrá sido su rezongo lo que cambió las cosas…por las dudas inclina su cuerpo hacia la cancha como avisando que todavía está ahí y pone su cara entre las manos para no perderse de nada.  

Las caras sacan sus ojos del campo y los encaminan hacia la calle. Las caras saben que se ganó pero falta ser convincente. Las caras sonríen ante el canto de un muchacho que sale agitando con sus largos brazos al viento a más no poder y diciendo: ¡Esto es Nacional!!... Las caras quieren ser caras de felicidad plena como la que tiene él,  pero en su mayoría, hoy,  son caras de mesurada satisfacción.

Cecilia810


Cecilia 810

Cecilia es la lectura más esperada después de cada partido. Un bálsamo en los momentos difíciles y un tónico para acompañar la euforia




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