Por Recibimos y publicamos
5 May 2014
Cecilia

No se puede cambiar lo sucedido, el tiempo hace su trabajo para alivianarlo y lo dimensiona después en su medida y a medida que los acontecimientos pasan.

Una semana después del partido pasado vuelvo a estar sentada bajo el mismo sol.

Cuanto se ha dicho en estos siete días, cuanto hemos avanzado en la discusión mientras retrocedíamos en las casillas y no obstante, llego al estadio albiceleste y abro mis brazos para dejar que me revisen los bolsillos vacíos.

“Cargo solamente la ilusión” podría haberle dicho a la joven policía, pero prefiero no hacer declaraciones porque me dice que pase.

Entonces subo los gastados escalones y el sol, que se despertó tan tarde como yo en este domingo, me saluda irreverente y me avisa que no tendrá piedad en estas horas.  Ese mismo sol que se fue presuroso de mi espalda el domingo pasado me hace frente esta vez.

Me hago la que no lo escucho mientras los asientos se van poblando de rojo azul y blanco.

Hay música en los altoparlantes, un señor que vende chocolates, un mate que me ceba mi esposo,  una conversación con mi hermana tipo playa, un paraguas de una señora a modo de sombrilla y las leyendas de las banderas colgadas allá abajo, todo sirve para ir haciendo el aguante de la previa. 

Salen los equipos a la cancha y el sol se acomoda a su gusto. Yo también.

A los veinticinco minutos el sol sigue ahí y yo haciéndole frente y entonces levanto mis brazos, no para que me revisen, sino para gritar el gol y esa pelota que entra despacito es la primera gota de remanso en los últimos sacudidos siete días.

Otras  gotas van corriendo lentamente por mi espalda y entonces creo que debe ser un espejismo causado por la cabeza caliente porque estoy viendo… desbordes por las puntas.

Seis minutos después mis brazos otra vez arriba y el sol arriba mío impertérrito. Ya lo nuestro es cosa de desafío nomás.

Una falta, un gol de tiro libre,” que macana” dice el señor de atrás. “Golazo pa peor” le dice otro. No te miro sol. Me siento a esperar el segundo tiempo. No te miro.

La música de nuevo en los parlantes, uno de atrás que dice que prefiere la publicidad esa de la grasa  y la señora que abre el paraguas nuevamente mientras el señor sigue vendiendo chocolates en una proporción inversa a lo que la lógica indicaría.

Ocho minutos después de que la música se calla en los parlantes otra música más placentera para mis oídos sale desde el cemento. Tercer gol y entonces el sol empieza despacito a emprender la retirada. Lo instigo yo ahora a que se quede hasta el final.

“¡No nos regalemos más con foul al borde del área, por favor!” clama alguien a quien no llego a ver pero con el cual comparto su proclama.  El partido va llegando a su fin no sin antes algunas lesiones, unas jugadas de calidad recobiana, un penal que el árbitro seguramente encandilado por el sol no vio, la segunda letra del abecedario repetida en los cantos, en el apellido del botija que fue figura y en el nombre de la tribuna que ahora atiende la mentecatez y falta de criterio de un jugador contrario y despechado.

Mi hija ausente de los dos últimos partidos por estar en tierras lejanas por estos días me mandó unas fotos y me contó anécdotas y experiencias de su viaje y al final me preguntó en una línea de mensaje: ¿Mamá, que hiciste? Fuiste a ver al bolso ¿no?...

La respuesta fue que estuve hoy en mi lugar bajo el sol.

Cecilia810


Cecilia 810

Cecilia es la lectura más esperada después de cada partido. Un bálsamo en los momentos difíciles y un tónico para acompañar la euforia




SEGUINOS

Crear una cuenta



Ingrese a su cuenta